Dibujos nominalistas
Por Susana Blas
Kant llamó a la mano el segundo cerebro. Cuando Pedro me dijo que presentaba por primera vez sus dibujos traté por un instante de imaginarlos. Enseguida desistí. Sé bien que en toda su práctica, y
a pesar de su reconocida elocuencia, cuenta más la mano que el cerebro, aunque la suya sea una mano avanzada.
La mano despliega una dimensión fecunda y sutil, independiente, tanto en sus piezas de origami como en sus grabados, en sus acciones, y en las lecturas del I Ching que realiza sobre el damero. Es
una mano que contiene una dimensión instrumental que estimula motores mentales y emocionales.
En los dibujos de Pedro, hay claridad y verdad material. “La geometría que conozco me la enseñó un fragmento cuadrado de papel”- nos dice. Y también: “Los poliedros microscópicos son más numerosos
y están sujetos a más cambios que los que podemos ver.”- Es decir: la geometría de los dameros a veces no se ve con el ojo, sólo la siente la mano y el material.
El grafito roza el papel y crea líneas rehuyendo imaginar nada o hacer metáforas de nada. Sus referentes están en la propia celulosa del soporte y en la mina del lápiz. Al igual que los haikus
rehuyen reflexiones o valoraciones, sus dibujos desisten de comentar porque son trozos de materia desgajada, poesía en papel, grafito en el aire mismo, y si cabe: cambio de estación y meteorologías.
Saltan al vacío, austeros, emotivos, y sin sentido se presentan en bruto ante los sentidos del espectador: piel, vista, olfato, gusto, oído. (“Oído”, sí, que el ruido del papel es crucial al doblar o
manipular sus obras)
“La geometría que me interesa es invisible, la de las líneas aleatorias que podemos trazar sobre el cielo cuando miramos las estrellas, y nos hacemos las preguntas de siempre” – una frase que
enseguida nos evoca a todos los que hemos seguido sus ya míticos talleres de Origami su inteligente ronroneo de sílabas, de estrofas, de citas, de versos y glosas, mientras nos enseñaba a doblar el
papel. Esta literatura, siempre trasversal, no empaña ni mancha ni enriquece los dibujos, que son carne de papel mismo.
En esta ocasión los dibujos que se presentan son de dos tipos aunque todos se basen en la línea y se conformen por uno o cuatro formas de papel. Estos últimos forman módulos que rotan, pequeñas
esculturas cinéticas que superan el plano. Sabiendo de ese caos matérico informe del que formamos parte, Pedro se inventa reglas como si esa realidad domable fuera el universo acotado por un oráculo,
o un azar invocado, para sorprenderse con resultados no buscados. El artista inventa normas para delinear… y se pone al servicio de esas leyes. Los resultados son hermosos y abiertos.
No pensemos que esta exposición nos desnuda al Pedro más íntimo, entendido el dibujo como diario o autorretrato. Me temo que al final sus pedazos de papel ganan la partida y el recorrido se ordena
a su manera, tal y como empezó. Estrategias en bucle aparecen y desaparecen como un magma sin cabeza ni cola: "Eadem mutato resurgo" (Aunque transformado aparezco de nuevo igual).
“Lo que ves no es lo que hay” reza uno de los títulos de sus dibujos. Títulos sabios que como ramilletes de haikus son tan recios como sus piezas: “Recuerdo que era marzo.”, “Hace tiempo estuve
aquí, pero esto es sólo memoria”, “Llamas y llamas, pero no responden”. Sin comentarios.
Más importante tal vez sea aquello que se intentó y se abortó, lo que yo llamaría sus no-dibujos, los que Pedro me confiesa que quedaron en ensayo, en prueba, en fracasos de esa maquinaria
chiflada que él mismo diseñó. Otra vez la mano.